La mujer violada
Me pongo en tu piel que también es la mía, y digo: mi cuerpo que es mi casa, lo único verdaderamente mío, ha sido sádicamente herido entre mis gritos, mi silencio, mi desconexión por insoportable o por impotencia, mi sangre y mi sequedad; entre sus risas, sus alientos, sus líquidos y esa fuerza… Ya no tengo la sensación de estar en casa, me he quedado sin cuerpo, sin mi refugio seguro al que volver. Voy y vengo en trance, aturdida, no entiendo, no es lógico, quizá hay algo que está mal en mi, algo equivocado en mí. Me siento sin remedio y para siempre expuesta, nada será igual que antes. Soy un animalito en fuga: inquieta, alerta, al acecho.
Dos lugares que sufren en el abuso sexual
Sufren indescriptiblemente: el cuerpo y los vínculos. En mi cuerpo no solo habito yo, sino el otro percibido. ¿Cómo recomponer mi sensación de identidad si en mi cuerpo está el que me violentó, el que lo ocupó así, de esa manera?
En la terapéutica del abuso sexual hay una trama que retejer, la de la confianza; y un cuerpo al que devolverle la movilidad perdida en la experiencia traumática (terror) para que recupere su energía, su habitabilidad.
Escribo estas pocas líneas sacudida por la violación grupal a una jovencita que me ha dejado sintiendo la interioridad de una mujer violada. La siento por identificación, por ser terapeuta, y por ser mujer y saber…
Imagen: La violación. José Clemente Orozco (1883-1949)
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