Envidia sentida y Envidia recibida
Dios prefería a los hermanos menores frente a los primogénitos, una cuestión que se repite en el Génesis: Adán a Caín, Isaac a Ismael, Jacob a Esaú[1]Más allá de la envidia», Nicolás Caparrós (Ed.). Colección Imago (Biblioteca Nueva), 2000)
Si bien, ninguna de aquellas rivalidades, celos y envidias -afectos con fronteras difusas- acabaron tan mal como la primera, hay algo que imagino seguro: ni Caín se enteraba de su envidia ni Abel de ser envidiado, y no sé si Dios de lo que estaba sembrando allí. La envidia es cosa de dos, pero su siembra recae en manos de un tercero con semillas de excesos o carencias[2]Caparrós, 2000
La envidia sentida
Envidiamos y somos envidiados, no reconocer lo uno y lo otro supone serios inconvenientes relacionales.
Si no nos enteramos que envidiamos no podremos reparar -con la admiración y la gratitud- ese estado mental basado en el odio hacia lo que es precioso en el otro que será visto como alguien más valioso que uno. La persona sufrirá el tormento de sentirse rechazada, diminuta, defectuosa, no querida, privada de un estado anhelado de unidad, se sentirá excluida del paraíso y resentida por ello. Esta carencia caerá como odio sobre el envidiado para poder triunfar de alguna manera.
La envidia es un error capital que impide apreciar lo propio, es una carencia básica: un “No estoy para mí, para enterarme de lo que necesito y dármelo. Quiero lo que el otro se da a sí mismo”. En realidad se envidia la facilidad que tiene el prójimo de darse lo que necesita.
Vemos este cuadro en los indicadores HOLLY/WILLOW que justificarán su amargura y resentimiento pensando que el otro lo tiene todo mientras ella fue injustamente tratada en la distribución de bienes. Y lo fue, de allí nuestra compasión: los huecos que dejaron sus primeros cuidadores, su anhelo no satisfecho de ellos, el resentimiento por su ausencia o la humillación de su presencia si fueron intrusivos o crueles.
A veces, el odio de la envidia no cae sobre otro sino sobre sí mismo al estilo comparativo LARCH, sobre el que Bach escribe “los que no se consideran tan buenos ni tan capaces como los que los rodean…”Los terapeutas florales sabemos del hondo autodesprecio del que es capaz este indicador floral.
La envidia recibida
No sé si hay algo escrito (¿hay algo?) sobre las consecuencias y características del padecimiento en la envidia recibida. Mi experiencia es la de observar la absoluta perplejidad en las personas cuando les señalo con todo cariño que eso que relatan “es envidia recibida”: de tu madre, de tu padre, tus hermanos, pareja, amigos, compañeros. La de la madre es particularmente devastadora porque la envidia es una dificultad para amar, impide la ternura y el cuidado. Una bomba en la mismísima línea de flotación de los hijos
- La persona envidiada que se entera de serlo, si tiene el auto soporte necesario, si se ha hecho cargo de la fuerza destructiva de su propia envidia, acepta la experiencia como parte de la naturaleza humana porque sabe de su envidia. Otras, revisan si están ellas provocando la envidia restregando al prójimo su carencia, punto interesante de advertir y vinculado a la proyección de la propia. Otras se retiran discretamente cuidándose.
- Quienes no se enteran no entienden por qué esa rotunda o ligera hostilidad. Se la explican diciéndose que son defectuosas o que hicieron algo mal, así aparece la vergüenza PINK MONKEY FLOWER. Otras la sufren sintiéndose engañadas, no merecedoras de esa hostilidad, y en realidad están siendo envidiadas, algunas inocentes CHICORY navegan por estas aguas. En otras, observamos el desarrollo de actitudes sobreadaptadas tipo CENTAURY o BUTTERCUP (FES), cualquier cosa menos destacar, la exclusión del clan será el castigo. Están las personas que se esconden o empequeñecen con miedo, o las que al estilo PINE apagan culposamente su brillo que intuyen es causa de la mordida hostil. En algunos casos la envidia cae sobre una persona en particular, la víctima envidiada en la que se concentra todo el mal, algunos casos de mobbing se encuadran en este tipo de hostigamiento que produce sobre el envidiado la “envidia maligna”, al decir de Melanie Klein.
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